La costumbre de lo atípico

Como pasa con casi todos los aspectos de nuestra vida, septiembre marca la reanudación de gran parte de nuestra actividad en sociedad. El verano es esa especia de burbuja vital que nos sirve de asueto de la frenética rutina en la que estamos sumidos. La vuelta al trabajo, la vuelta a los colegios y hasta la vuelta del fútbol.
El mundo cofrade no es una excepción a este comportamiento. Con la llegada de septiembre, las iglesias comienzan a retomar ese runrún creciente, pero apacible, que rodea a nuestros Sagrados Titulares. Por si esto fuera poco, en los últimos años nos hemos ido acostumbrando a que, con la llegada del otoño, proliferen en nuestra geografía numerosas procesiones extraordinarias que marcan el pistoletazo de salida del nuevo curso.
Sin embargo, y por encima de todas las cosas, en Málaga septiembre es el mes de María. Es el mes en el que la Patrona recibe a todos sus fieles desde el templo mayor de la ciudad. Septiembre, y su día 8, fijan en el calendario la fiesta mariana por excelencia de nuestra provincia. Septiembre es su mes, nuestro mes. El de todos los malagueños, el de Santa María de la Victoria.
Pero en este año atípico que estamos viviendo, donde nuestras costumbres han pasado a convertirse en excepciones y las excepciones en norma general, septiembre no será el mes al que estamos acostumbrados. No lo está siendo. La Patrona de la Diócesis no pudo recorrer las calles de nuestra ciudad el pasado 8. No pudo ser instalado su habitual dosel en el altar de la Catedral. Ni tampoco veremos en las calles ninguna celebración extraordinaria.
En plena discusión sobre cuál será el devenir de los acontecimiento de cara al próximo año, la realidad que se impone es bien distante a la que cualquier cofrade hubiese deseado. Hablando en plata: «Ni hay palios en la calle, ni se les esperan». Ante esta cruda situación; el cofrade, o mejor dicho, el creyente no puede permanecer inalterado e inalterable. Nuestras hermandades y devociones son mucho más que cargar kilos o cuadrar coreografías. Nuestros Sagrados Titulares son la representación de Jesús y María, de Dios y su Madre.
Por esa sencilla y grandiosa razón, la resignación no puede tener lugar en nuestra vida como cofrade. Reorganizar nuestra manera de profesar la fe no es una opción, es una obligación. Nuestra nueva realidad nos empuja a buscar maneras diferentes de acercarnos, y acercar, a nuestras imágenes. Los cultos a nuestros titulares no son un lastre en el que hay que cubrir el expediente una vez al año, son una de las mejores oportunidades que tenemos los cofrades de demostrar nuestra devoción y de invitar a los fieles a la oración, esa extraña y denostada quimera dentro del mundo cofrade. Rezar es una de las mejores maneras de acercarnos a Jesús y a María y está en la obligación de los órganos que rigen nuestro mundo cofrade incitar, que no invitar, a los fieles a dicha tarea.
Cabe destacar que no son los cultos la única manera de realizar tan ardua labor. Acercar a través de la pantalla las celebraciones de nuestras iglesias, ahondar en la labor social y caritativa de nuestras hermandades o dejar hueco a la labor pedagógica de la propia historia de nuestras cofradías son solo algunas de las tareas que debemos afrontar en los próximos meses.
No tomemos dichos cambios como algo temporal. Afrontemos con valentía el desafío ante el que esta crisis nos sitúa. Que la fe no sea solo una anécdota dentro de nuestras hermandades. Demos el paso adelante que nuestros titulares exigen y convirtamos lo que hasta ahora era atípico en costumbre.