Imagina que… NO

Recuerdo de una Semana Santa | Arturo Higueras

No, no y no. Esa es la respuesta que reciben muchas mujeres cuando se acercan a sus cofradías. Esa es la realidad con la que una cofrade malagueña nos ha despertado a la nueva normalidad, que lamentablemente se parece demasiado a la antigua. Ese no que las obliga a vivir en una espera eterna, ese no que las recluye a la envidia sana de lo que no tienen, ese no que las condena a la plenitud cofrade solo en su imaginación…

Hace días que comenzó la cuenta atrás para uno de los eventos cofrades más importantes de la década y, si cabe, de la historia de las cofradías en Málaga. Se trata, no solo, de la celebración del Centenario de la Agrupación de Cofradías sino del fin -simbólico- de una pandemia que nos ha tenido dos años sin culto público y con el sentir cofrade encogido. Muchos hemos esperado este momento con ilusión, esperanza, impaciencia y ganas -muchas ganas-. La imaginación nos ha servido a los cofrades para abstraernos de una realidad dura ante la que la impotencia era la sensación que dominaba nuestros días. Para algunos, esa dura realidad que nos ha alejado de los varales es la pandemia que parece casi superada. Para otras, es la negativa de unos pocos a otorgarles el papel que se merecen en nuestras hermandades y contra lo que aún queda mucho trabajo por hacer.

Para algunos, el confinamiento acabó hace meses; mientras que otras siguen encerradas en los puestos a los que se las recluyen, como a quien se le prohíbe formar parte del ansiado banquete que es ser cofrade de pleno derecho. Sin embargo, durante estos meses, todos hemos imaginado como sería ese primer toque de campana, la primera marcha, la primera gota de cera derramada sobre el asfalto, la primera mecida y, también, la primera vez debajo de un varal después de tantos meses.

Mientras estábamos confinados en casa -alimentando nuestra sed cofrade con reposiciones de otros años- nos hemos imaginado de nuevo en la puerta de nuestra Casa Hermandad. Allí, con los nervios de quien va al cole con zapatos nuevos, hemos esperado nuestro turno para que nos midieran. En los pasillos hemos cruzado miradas con quienes van por última vez, sabedores de que el peso de la edad no les dejará ser portadores por mucho más tiempo. También con aquellos que aún no saben lo que es sufrir siendo los pies del Señor, pero que descuentan los minutos para fajarse debajo de un varal. Cuantas veces durante esta pandemia hemos imaginado el momento de volver a tallarnos, de estar entre los nuestros en la preparación de lo que está por venir.

Mientras la televisión no hacía más que devolver cifras que invitaban al desánimo, los cofrades nos hemos imaginado de nuevo en las horas previas a nuestra salida. Juntos en nuestro Salón de Tronos, en medio de esa calma tensa que precede a la eclosión de emociones que es llevar a la Madre de Dios por las calles de Málaga. Rememorando historias y anécdotas de otros años, recordando a aquellos que ya no están y conociendo a quienes comienzan su andadura bajo el varal. Dando consejos, recibiéndolos o clavando la mirada en la espalda del Nazareno -esperando la respuesta a una pregunta a la que solo Él puede dar soluci´ón-.

Mientras nos tuvimos que conformar con una Semana Santa de cultos y visitas a templos, en las que fuimos nosotros quienes tuvimos que acudir ante su mirada, los cofrades nos hemos imaginado portando a Dios al encuentro de su pueblo. Sufriendo después de horas bajo el varal, encontrando alivio en esa mecida eterna que hace que los dolores se desvanezcan, apretados junto a los nuestros para llegar todos rectos al encierro. Hemos vuelto de nuevo al encierro, a esos abrazos por el trabajo bien hecho y a esa última mirada al puesto, descontando los días para volver a encontrarse de nuevo.

En definitiva, durante esta pandemia hemos sido portadores de la memoria, ese salvoconducto a lo pasado que sirve de escapatoria a la dura realidad que hemos tenido que vivir. Pero este alivio del recuerdo no ha estado al alcance de todos, más bien de todas. Hay quienes no han podido rebuscar en el cajón de los recuerdos simplemente porque ese cajón esta vacío, quienes no han podido imaginar porque no tenían experiencias pasadas que rememorar. Ellas, a quienes una y otra vez se les ha negado el derecho a ser cofrades, donde y cuando quieran. Ellas, que llevan tanto tiempo imaginando algo que unos pocos parecen empeñados en seguir arrebatándoles.

Ahí debajo -como diría el pregonero- somos todos iguales. No hay diferencia de edad, clase, procedencia o religiosidad. Pero parece que el sexo sigue siendo un impedimento insalvable para ser los pies de Dios o de su Madre. Después de meses de dolor y pérdidas, hay quienes han acudido a buscar consuelo en sus hermandades y se han vuelto a encontrar, una vez más, con las puertas cerradas por el simple hecho de ser mujeres.

En la celebración del Centenario de nuestras hermandades, hay quienes se empeñan en que éstas sigan siendo iguales un siglo después, negándoles a Ellas el papel que se merecen debajo de un varal, en un puesto de capataz o sentadas en las mesas de decisión. Forzándolas a vivir una vida cofrade en la imaginación y nunca en la vivencia. Pero eso ha de acabar, y es responsabilidad de todos, hombres y mujeres, reclamar que las puertas estén abiertas para Ellas de la misma manera que lo están para nosotros. Cien años después, es momento de que dejen de soñar y empiecen a sentir que son una cofrade más, es momento de que dejen de imaginar que NO y empiecen a vivir que SÍ.