Del que espera…

“Vivimos en la intensa necesidad de llegar a las vísperas. Vivimos las vísperas tan intensamente que nos sometemos luego a la tortura de que, cuando todavía no ha salido la primera, decir que esto ya se ha acabao´”. No son mías estas palabras, pertenecen a la inventiva de un genial cofrade y profesional de la radio. Pero es cuando llega el Miércoles de Ceniza, cuando cobran todo su sentido.
A tan solo 40 lunas de que el primer nazareno ponga su cirio en calle Parras, al cofrade se le hincha el pecho y se le remueve el alma. La espera siempre tiene -siempre ha tenido- el toque romántico del que sabe lo que está por venir. Del que deja volar su imaginación con el aroma del incienso, el quejido de una corneta o con una gota de cera maltratada por el paso del tiempo.
Me atrevería a decir que el cofrade vive por y para la Cuaresma, incluso por encima de la Semana Santa. Es su hábitat natural, su zona de confort. En esos cuarenta días y, sobre todo, en sus cuarenta noches, el cofrade se siente libre. No resulta extraño cruzarse por la calle con una pareja hablando sobre esta marcha o aquella petalá. Que por encima del tumulto de los bares destaque: “que a mi me gusta más esta… pues a mi más aquella… pero a mi la que me tiene el corazón robao´ es la del Puente”. Es normal que el fútbol o la política cedan, casi con pleitesía, el debate público a la Semana de las semanas. Nos acostumbramos a ver estampas de nuestros titulares en las puertas de los bares, en los escaparates de las tiendas y en ese puestecito que anuncia que algo grande está por venir. Las iglesias y las Casas Hermandades respiran el bullicio de las previas. Triduos, Quinarios o Besapiés se entremezclan con la compra de capirotes, los ensayos o la recogida de puesto tras salir del trabajo.
Una urbe moderna y cosmopolita vive una auténtica metamorfosis. Málaga, la ciudad de los museos; la capital de la Costa del Sol, la tierra de la playa y las tapas; olvida durante poco más de un mes sus complejos y se da, con la libertad del que disfruta, el lujo de sentir. Sentir en el coche cuando se cruza entre tu lista de reproducción esa marcha que te coge un pellizco donde se sienten las cosas. Sentir cuando, al entrar en una iglesia, cruces tu mirada con el Nazareno o con su bendita Madre. Sentir cuando, mientras paseas por la calle, pases por esa doble curva que días después se convertirá en altar de fe. Y sentir cuando, en la Plaza de la Constitución, comience a levantarse la Tribuna de las tribunas.
Así que sí, sintamos. Durante cuarenta días y sus cuarenta lunas, dejémonos llevar por el mundo de los sentimientos. Vivamos las vísperas con tal intensidad que, cuando todavía no haya salido la primera, podamos decir: esto ya se ha acabao´.