Crónica del recuerdo. Viernes Santo 2020

El Viernes Santo es una de las jornadas más atípicas para el cofrades. Málaga pasa del éxtasis y el olor a romero que desprende la Esperanza a un sentimiento generalizado de tristeza. Todo se ha consumado. O casi todo. Aún queda lo más importante y, tal vez, esa sea de las pocas certezas que tengamos y lo que nos consuela. Más que nunca es día de oración, de recogimiento -aún más si cabe- y de silencio.
En un día de luto como hoy, los cofrades debemos trabajar para estar a la altura. En las tardes del Viernes Santo no caben faltas de respeto al paso de los cortejos, tampoco el ruido alrededor de los tronos. El eterno señalado del día, por desgracia, siempre es la figura del nazareno. Urge educar en ese respeto y en el sentido que la estación de penitencia debe tener para el penitente malagueño y, por ende, para la promesa del Viernes Santo. Confío en que estamos en ello y vamos por buen camino. Ojalá este debate desaparezca pronto y consigamos, por fin, darle al hábito de nazareno el valor que merece.
Hoy nos faltarán muchas cosas. No sonarán las notas de Chopin tras el paso acompasado y solemne de Cristo sepultado. No disfrutaremos del silencio sepulcral de Dolores de San Juan ni del exquisito repertorio de la Paz tras el Monte Calvario. Hoy tampoco escucharemos los platillos de la Banda de la Esperanza en calle Duque de la Victoria, esos que suelen venir acompañados de «Reina de San Román» y que le sirven a la Soledad del Císter para cerrar la marcha del Viernes Santo bajo una luna llena incomparable.
Todo volverá. O quizás no. Porque no pueden volver las cosas que jamás se fueron. Pero de algo estoy convencido. Cuando todo esto termine, las puertas de San Pablo, San Juan, el Císter o el Santuario de la Victoria se abrirán de nuevo. Ese pensamiento es el que esta tarde debe reconfortarnos. Jesús ha muerto en la Cruz por nosotros. El Domingo resucitará en San Julián. Y ahí estaremos todos, aunque sea desde la oración. Las crónicas del recuerdo.